¿COMO SE DESAROLLA EL APEGO ?

Ver articulos anteriores donde ya he hablado sobre el apego

Durante mucho tiempo no se ha dado importancia al primer contacto de la madre y su bebé. Incluso hoy día, en muchos hospitales, nos sorprender por la poca ayuda e importancia que dan a este vínculo.

En los años 70 se dormía a la madre , se le administraba pentotal  en el momento del parto, lo que retrasaba esa conexión y muchas madres me han comentado que notan una relación y una conexión muy diferente con un hijo en cuyo parto le anestesiaron y el otro hijo en cuyo parto estaba despierta y pudo tenerle rapidamente en sus brazos, acariciarle, olerle, observarle  y le dió el pecho nada más nacer. Evidentemente hay otras variables que están afectando.

 

Al igual que otros autores como Thomas Verny, apoyo la teoría de que este vínculo ya comienza en el embarazo. Por esto doy tanta importancia al embarazo, a saber como hablar, acariciar a este ser en formación.

Ayudar a la madre y padre a manejar los miedos, a resolver situaciones o experiencias dolorosas, a darle seguridad ante el parto y la crianza.

Fortalecer a la pareja en cada momento del desarrollo de su hijo para que trabajen a la par y se envolucren en la educación y desarrollo emocional del hijo.Klauss y Kenell (1976) (citados por Craig, 1999), llegaron a la conclusión de que el contacto de la madre durante las primeras horas del nacimiento, daban lugar a un mayor apego.

Los padres que participan en el nacimiento de su hijo sienten una atracción casi inmediata por él, acompañada de sentimientos de alegría, orgullo y autoestima Algunos estudios indican que tienen un vínculo y apego más fuertes con el hijo que los que no intervienen en el nacimiento ni en los cuidados iniciales; pero dichos padres pueden distinguirse en muchos otros aspectos (que pudieran favorecer tal vínculo) de los que no optan por tener tal contacto (Craig, 1999).

Stroufe y Rutter (1984) (citados por Trianes, 2000), mencionan que entre las tareas del desarrollo para niños de 0-1 año se encuentra la regulación biológica: interacción con la madre o padre armonioso, formulación de una buena relación de apego. Y con niños de 1-2 ½ años: exploración, experimentación y dominio del mundo del objeto (el cuidador como una base segura); individuación y autonomía, responder al control externo de los impulsos.

Para Trianes (2000 ) las tareas evolutivas características de cada etapa comienzan en los primeros meses, donde tienen que ver con el establecimiento de un buen lazo afectivo con los padres y de respuestas a las exigencias paternas y sociales sobre el control de esfínteres, los cambios en la alimentación, y otras .

Antes de las dieciséis semanas las respuestas diferencialmente dirigidas hacia una figura en particular son muy pocas y sólo se advierten cuando se aplican métodos de observación muy sensibles; entre las dieciséis y las veintiséis semanas las respuestas diferencialmente dirigidas son más numerosas y perceptibles; y en la mayoría de los bebés de seis meses o más criados en el seno de una familia todos pueden percibirlas (Bowlby, 1985; 1998). Piaget (1937) menciona que durante la segunda mitad del primer año, hay pruebas de que el pequeño comienza a concebir el objeto como algo que existe independientemente de sí mismo, en un concepto de relaciones espaciales y causales, incluso cuando no lo percibe directamente, por lo cuál puede emprender su búsqueda. Aunque los resultados obtenidos indican que la mayoría de los bebés desarrollan anteriormente esa capacidad en relación con las personas que en relación con las cosas, sólo hacia el noveno mes aquella se desarrolla de manera razonable y, en una minoría, recién varias semanas después.

El hecho de poder confiar en una figura de afecto, amén de mostrarse accesible y que pueda ser capaz de responder a los requerimientos del sujeto, dependería de: a) el que se estime que la figura de apego es o no el tipo de persona que por lo general pueda responder a los requerimientos de apoyo y protección; b) el que uno mismo, de acuerdo con las estimaciones, sea o no el tipo de persona hacia quien un tercero pueda responder con muestras de apoyo. Como resultado, el modelo de la figura de afecto y el modelo de si mismo suelen desarrollarse de manera tal que se complementan y reafirman mutuamente (Bowlby, 1985; 1998).

El desarrollo emocional durante el primer año establece la base de la salud mental en el individuo humano (Winnicott, 1995), pero desde el momento del parto y las semanas posteriores, el apego de la persona se va consolidando. De esta forma, se ha constatado que las madres cansadas o deprimidas en las semanas siguientes al parto incrementan la posibilidad de que sus hijos mayores se vuelvan retraídos, se reduce el apego por la falta de atención habitualmente dispensada por la madre (Ortigosa, 1999).

Desde los siete meses de edad, los niños son muy sensibles a las separaciones y vulnerables a percibir separaciones inesperadas como amenazas a la relación de afecto con su madre o padre. Antes de esta edad no son tan sensibles porque los lazos afectivos se están formando, y después de los 4 años tampoco lo son, puesto que han adquirido las habilidades cognitivas que mantienen la relación con sus figuras de apego cuando están ausentes. En este proceso muchos niños utilizan muñecos u otros objetos que les inspiran confianza y les ayudan a controlar la ansiedad de separación (Trianes, 2000). El tipo de apego desarrollado al año de edad, predice el tipo de apego a los 18 meses, la frustabilidad, persistencia, cooperatividad y entusiasmo en la tarea a los 24 meses, la competencia social en los preescolares y la autoestima, empatía y la conducta en el salón de clases (Stern, 1985 mencionados por Lartigue y Vives, 1992) A medida que crecen, los pequeños pueden recurrir a la visión y a la comunicación oral como medio de mantener el contacto con la madre.

En presencia de una figura materna sensible a sus requerimientos, por lo común el bebe se muestra contento; y una vez que adquiere cierta movilidad suele explorar el mundo circundante lleno de confianza y valor. En ausencia de aquella figura, más tarde o más temprano el bebe experimenta un sentimiento de zozobra y responde con una viva sensación de alarma a toda suerte de situaciones imprevistas, por levemente extrañas que le resulten. Ante la inminente partida de la figura materna o cuando ésta no puede ser hallada, el pequeño suele emprender una acción dirigida a detenerla o buscarla, y no logra superar su ansiedad hasta tanto no lograr cumplir sus objetivos. (Bowlby, 1985; 1998).

En la adolescencia, el vínculo de apego que une al hijo con sus padres cambia, ya que otros adultos comienzan a tener igual o mayor importancia que los padres acompañando la atracción sexual que empieza a sentir por compañeros de su misma edad. En esta etapa, las variaciones individuales en el apego se vuelven mayores. En un extremo se encuentran los adolescentes que se apartan por completo de sus padres; y en el otro, los que siguen apegados a ellos y no pueden o quieren dirigir su conducta de apego hacia otras personas. En medio se encuentran los que siguen teniendo un apego fuerte hacia los padres, pero sus vínculos con los demás también son importantes. El vínculo con los padres se mantiene durante la vida adulta y afecta a la conducta de diferentes maneras. En la vejez cuando la conducta de apego ya no puede orientarse hacia miembros de la generación anterior, tal conducta se puede dirigir hacia los miembros de la generación más joven Durante la adolescencia y la vida adulta, parte de la conducta de apego no sólo se suele dirigir hacia personas de fuera de la familia, sino también hacia grupos e instituciones fuera de esta. Para muchos la escuela, trabajo, grupo religioso, etc., pueden convertirse en figuras de apego subsidiarias. En tales casos, es probable que, al menos inicialmente, el vínculo con el grupo se establezca por el apego hacia un miembro que ocupe una posición destacada en él. Ante una enfermedad o catástrofe, los adultos se vuelven con frecuencia más exigentes respecto de los demás. Ante un desastre o peligro, es casi seguro que el sujeto buscará la proximidad de algún conocido en quien confía (Bowlby, 1969; 1998).

En cuanto al miedo a los extraños, la secuencia se encuentra marcada por los siguientes hitos:

  1. Los primeros días de vida, el bebe no discrimina entre personas familiares y no familiares. Reacciona de forma similar ante unos y otros
  2. La presentación de objetos novedosos desencadenan respuestas de interés sin temor
  3. 3 y 6 meses: reacción positiva ante personas desconocidas, pero comienza la diferenciación en la interacción con las personas conocidas y no conocidas.
  4. 6 y 8 meses: cauto e inhibido ante la persona extraña
  5. 8-9 meses: miedo a los extraños
  6. 9-12: aumento en la intensidad conductual del miedo a los desconocidos
  7. 24 meses: máximo de intensidad del miedo. A partir de los dos años suele perder intensidad debido a procesos autorregulatorios (Fernández et. al, 2002).

Figuras de apego

Osofsky y Ebehart (1988) (mencionados por Lartigue y Vives, 1992), identificaron tres patrones de riesgo en los que tenía lugar un intercambio de afectos negativos.

  • El primer patrón fue de blandura o aburrimiento en la interacción, en el cual casi no existe comunicación
  • El segundo patrón caracterizado por el enojo y rabia de la madre hacia el bebé.
  • El tercer patrón como un intercambio negativo mixto donde el infante y su madre aparecen fuera de sincronía el uno con el otro; y por último.
  • Cuarto patrón de interacción recíproca positiva caracterizado por la disponibilidad emocional, sintonía afectiva y sensación de bienestar

El mero hecho de estar cerca de una madre y poder verla parece suficiente como para brindar a un pequeño de dos años una sensación de seguridad, en tanto que un pequeño de un año suele insistir en sus deseos de entablar contacto físico. Los niños de dos años se quejan menos que los de un año durante periodos breves en que las madres los dejan solos. Lee llega a la conclusión de que, por comparación con los niños de un año, los de dos años poseen estrategias cognitivas más perfeccionadas para mantener el contacto con la madre. Recurren en medida mucho mayor a la comunicación ocular y verbal, y con probabilidad también elaboran imágenes mentales (Bowlby, 1985; 1998). .

En su estudio longitudinal de pequeños de dos a tres años, Maccoby y Feldman (1972) advierten la habilidad mucho mayor de estos últimos para comunicarse con la madre a distancia, así como su capacidad para comprender que la madre habrá de retornar muy pronto cuando sale de la habitación. Cuando se compara la reacción de los niños de tres años ante la breve ausencia de la madre con la de os de dos años, se advierte que disminuyen notoriamente conductas tales como el llanto y los movimientos en dirección a la puerta cerrada. Los pequeños de tres años que han sido dejados solos recuperan su ecuanimidad incluso cuando se reencuentran con una persona desconocida, en tanto que los de dos años permanecen tan perturbados ante el regreso de la desconocida como cuando estaban completamente solos (Bowlby, 1985; 1998). .

De algunos estudios de experiencias en separación, se concluye que:

En una situación benigna, aunque ligeramente extraña, los pequeños de once a treinta y seis meses, criados en el seno de su familia, advierten de inmediato la ausencia de la madre y por lo común demuestran cierta inquietud, cuyas pautas varían considerablemente, pero que con frecuencia llega a revestir la forma muy obvia, y a veces intensa, de ansiedad y zozobra. La actividad del juego se reduce abruptamente y puede cesar por completo. Son comunes los esfuerzos dirigidos a alcanzar a la madre ( Bowlby, 1985; 1998).

Lartigue y Vives (1992), mencionan que la investigación realizada por Fonagy, Steele y Sttele (1991) en 100 mujeres en su primera gestación, a través de la entrevista del apego adulto y su posterior seguimiento al año de edad en los infantes, demostró que las representaciones del tipo de apego de la madre (autónomo, rechazante o preocupado) tenían la capacidad predictiva en un 75% del patrón subsiguiente de apego del infante.

Por su parte, Sears (1989, (citado por Aizpuru, 1994), menciona que el apego a la madre o cuidador primario es sólo uno, el primero de tres apegos verdaderos que ocurren en la vida. El segundo sería en la adolescencia tardía, la búsqueda del segundo objeto, la pareja. El tercero sería hacia el hijo o hijos. En cuanto a la frecuencia con que la conducta de apego se dirige hacia figuras diferentes de la madre, Schaffer y Emerson descubrieron que, durante el mes siguiente al momento en que los niños mostraron por primera vez esa conducta, la cuarta parte de éstos la dirigía también hacia otros miembros de la familia. Al cumplir dieciocho meses, la gran mayoría de los niños se sentían apegados, al menos, a una figura más, y con frecuencia a varias. Entre esas otras figuras, el padre era quien más frecuentemente daba lugar a la conducta de apego. También se halló que durante los primeros meses de manifestada esa conducta, cuanto mayor era el número de figuras hacia quienes el pequeño estaba apegado, más intenso solía ser este apego hacia su madre como principal figura (Bowlby, 1969; 1998). La fase más sensible a la ausencia paterna se halla entre los cero y los dos años, ya que parece ser la etapa más debilitante para la personalidad en términos generadores de vergüenza, culpa, inferioridad y desconfianza Santrock (1970) (mencionado por Navarro y Steva, 1986).

Instituciones de cuidado y trabajo de la madre

La incorporación de la mujer en el mundo laboral  hace que necesite  recurrir a instituciones que se encarguen de la crianza de su bebé. Así, a lo largo de un día de trabajo, el niño permanece más tiempo de vigilia en la institución que al lado de su madre. De la crianza a la que se exponga  en estas instituciones dependerá en gran medida, su desarrollo intelectual.

(Guzmán, A; Barranco, R y González, S; 1989). Guzmán et. Al, (1989) realizaron un estudio con el fin de determinar si se dan factores de riesgo que pongan el peligro el desarrollo intelectual y mental de los niños que pasan la mayor parte de sus horas en guarderías. El procedimiento consistió en registrar el comportamiento de 10 educadoras de 10 CENDIS del D.F. que atendían a lactantes (46 días a 1 año y 6 meses de edad), así como el valorarlas de manera personal. Se encontró que de las cinco categorías de conducta existentes, las educadoras dedicaron un 51% de tiempo a todas aquellas actividades que no significaran un contacto con los niños, un 20% a las interacciones negativas, un 22% al cuidado realizado en forma impersonal y tan solo un 5 % en demostrar afecto al infante, finalizando con un 2% dedicado a conducta de estimulación. Él estudio demostró también que dichas personas presentaban insatisfacción con su trabajo, problemas familiares y personales y que esto repercutía en sus trabajo con los niños.

Guzmán, Padilla y Trujado (1990), realizaron un estudio con el fin de identificar las variables implícitas en la crianza que podrían ayudar a predecir la utilización, por parte del niño, de recursos para afrontar situaciones estresantes tales como el momento de la separación de la madre. Seleccionaron una situación de separación natural: el ingreso ala guardería y tras aplicar cuestionarios a 142 madres de niños entre 4 y 5 años, se llegó a la conclusión de que las demostraciones de ansiedad de la madre parecen relacionarse directamente con las demostraciones de ansiedad en el niño; si la madre llegan a un acuerdo de planes antes de una separación el niño tiende a presentar menos ansiedad y si la madre durante la crianza aprende a mostrar menos ansiedad ante ciertas situaciones estresantes y comunes, promoviendo la seguridad, el niño las afrontará también con más recursos y capacidades para adaptarse a los cambios.

Rutter (1972) (citado por Lara y cols., 1994) menciona que en ninguno de los estudios en los que se ha observado a niños de madres trabajadoras se ha reportado una ruptura en la relación de apego con ella o dificultades en la formación de lazos de apego con otros cuidadores. Los resultados son inconsistentes.

Se han identificado una serie de variables mediadoras entre el trabajo materno y el tipo de apego. Entre estas se encuentra la calidad del cuidado alternativo: cuando este es de calidad (prontitud de respuesta de la madre, su accesibilidad ante las necesidades del niño, calidez, aceptación y libertad de expresión emocional) (Clarke-Stewart, 1988, citado por Lara y colsn., 1994) no se presentan diferencias entre los niños de madres que trabajan y los que son cuidados exclusivamente por sus madres. Por lo que se refiere a la edad de separación existe controversia; mientras que algunos piensan que los efectos son más adversos antes del primer año, otros observan mayor incidencia de apego inseguro cuando se da después de esta edad.

En cuanto a la conducta en presencia y ausencia de la madre, varios psicólogos registraron la conducta de los niños pequeños cuando ingresan por primera vez a una guardería . Los especialistas recogieron datos que prueban que el ingreso a la guardería mucho antes de los tres años constituye una experiencia indeseable para la mayoría de los niños, debido a las tensiones que les provoca. En el primer estudio realizado por Shirley y Poyntz (1941), se observó a 199 pequeños (101 varones y 98 mujeres) de dos a ocho años en el curso de una visita de un día de duración a un centro de investigación, durante la cual fueron sometidos a una serie de exámenes médicos y psicológicos, intercalados con periodos dedicados al juego, la comida y el descanso. Los niños permanecieron todo el tiempo sin las madres. En los resultados, relación que los niños de tres años solían demostrar mayor inquietud que los de los grupos de mayor y menor edad: «los pequeños de dos años o dos años y medio tenían poca conciencia de lo que les reportaría el día; experimentaban escaso temores por anticipado». A los tres años, tomaban mayor conciencia de las exigencias de la jornada y se mostraban más reacios a dejar sus hogares». Ello ocurría en el caso de aquellos que habían efectuado una o dos visitas previas al centro. Lejos de acostumbrarse a los exámenes bianuales en ausencia de la madre, los pequeños se mostraban cada vez más aprensivos al respecto. Y solían demostrar mayor inquietud al comienzo del día (shirley, 1942). Mayor perturbación en los niños mayores al prever más fácilmente lo que habría de suceder. (Citado por Bowlby, 1985; 1998).

 

 

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